Cabrini no es una película pensada para conmover; evidencia la lucha de las mujeres -en especial de las migrantes- presentes a lo largo de los tiempos, constante, persistente y capaz de transformar lo imposible. Ha sido valentía inquebrantable frente a un mundo que negaba todo, excepto su voluntad.
La película es un drama biográfico sobre Francesca Xavier Cabrini (1850-1917), monja italiana que se convertiría en la primera ciudadana estadounidense canonizada y fundadora de la congregación de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús. En 1889 llegó a Nueva York enviada por la Iglesia para apoyar a los inmigrantes italianos, considerados por la élite política como indeseables y culpables del deterioro urbano, la delincuencia y la pobreza. Por esa condición, eran confinados a sobrevivir en Five Points, un sector marcado por la exclusión sistemática. Cabrini no tenía dinero, ni apellido, ni posición, pero tenía algo más fuerte que cualquier privilegio, la convicción de su propósito humano y de servicio.
No fue fácil abrirse camino en una sociedad que le cerraba puertas por ser mujer, inmigrante y religiosa. No obstante, su fuerza interna transformó la adversidad en acción, desplegando un liderazgo firme y una visión poderosa hasta hacer realidad el hospital Columbus en Nueva York, orfanatos y escuelas expandiendo su obra a varias ciudades del mundo. Entre los muchos problemas que enfrenta es la falta de alimentos que hacía inviable el sostenimiento de los orfanatos, es por esta razón que decide crear huertas y cultivos productivos para asegurar la autosostenibilidad y la disponibilidad de recursos que negocia con empresarios y bancos.
Una concepción importante de Cabrini es la autonomía fundamental para superar la dependencia y el enfoque tradicional de la caridad; por eso enseñaba oficios, organizaba trabajo y diseñaba redes económicas para que los migrantes fueran autosuficientes.
Lo que Cabrini hacía sin teoría hoy está demostrado por estudios, cuando a un migrante se le garantiza acceso a la educación, salud y oportunidades deja de ser beneficiario para convertirse en agente de desarrollo. La migración no empobrece a los países que reciben migrantes, los enriquece. Aquellas familias que vivían en sótanos tienen hoy apellidos en el Congreso, en los gobiernos locales y en grandes corporaciones, los nietos de inmigrantes votan, deciden, financian campañas y son elegidos.
El problema migratorio en el contexto contemporáneo tiene rostro latino; colombianos, mexicanos, venezolanos y centroamericanos que llegan a Estados Unidos con una maleta en la mano y un proyecto en el corazón; aún así, continúan siendo señalados, son vigilados, rechazados. También se les acusa de saturar los sistemas sociales, pero hay una diferencia significativa que marca el presente, ahora votan. El voto de los migrantes con ciudadanía estadounidense y, especialmente, el de sus hijos, se ha convertido en un nuevo territorio de disputa por el poder en las elecciones. En Nueva York, Houston o Chicago, el voto latino ya define alcaldías, escaños legislativos y resultados presidenciales, quienes limpiaban oficinas ahora ocupan oficinas, quienes cruzaron fronteras ahora deciden en las urnas.
Cabrini lo vio antes que nadie. Cuando una persona tiene oportunidades, deja de ser mano de obra descartable para convertirse en protagonista. La migración no solo transforma la vida de quien migra; transforma el país que la recibe.
Cabrini permitió que italianos sin derechos llegaran a ser ciudadanos con poder; en nuestros días, los migrantes latinoamericanos hacen lo mismo comprendiendo que la historia no cambia por las fronteras, cambia por quienes se atreven a cruzarlas.