Este es el estremecedor párrafo de La Vorágine que narra cómo las tambochas devoran a los seres humanos: ”Amaneció. La ansiedad que los sostenía les acentuó en el rostro la mueca trágica. Magros, febricitantes, los ojos enrojecidos y los pulsos trémulos se dieron a esperar a que saliera el sol. La actitud de aquellos dementes bajo los árboles infundía miedo. Olvidaron el sonreír y cuando pensaban en la sonrisa les plegaba la boca un rictus trágico. Recelaron del cielo que no se divisaba por ninguna parte. Lentamente empezó a llover. Nadie dijo nada pero se miraron y se comprendieron. Decididos a regresar moviéronse por el rastro del día anterior por la orilla de una laguna donde sus señales desaparecían. Sus huellas en el barro eran pequeños pozos que se inundaban. Sin embargo el rumbero cogió la pista gozando del más absoluto silencio como hasta las nueve de la mañana cuando entraron a unos chuscales de plebeya vegetación donde ocurría un fenómeno singular: tropas de conejos y de guatines dóciles o atontados se les metían por entre la piernas como buscando refugio. Momentos después un grave rumor como de linfas precipitadas se sentía venir por la inmensidad. ¡Santo Dios, las tambo…!
Y sonó el timbre como yo lo esperaba y lo había meticulosamente preparado. No alcancé a decir la palabra: tambochas. Entonces dije: “Altezas, señores, he terminado. muchas gracias”. Se levanta Juan Carlos y dice: “siga, siga”.
Todo el mundo aplaudió, terminé la larga recitación del pasaje y continué con lo que había preparado. Me funcionó la estrategia que yo había preparado. Yo sabía que, modestia aparte, mi conferencia, les iba a encantar y por eso preparé “la trampa” de dejar el relato de las hormigas para que coincidiera con los 45 minutos. Y a ver qué pasaba y pasó lo que yo esperaba.
Hablé durante dos horas y media al cabo de las cuales agradecí y terminé. Hubo muchos aplausos y felicitaciones. Los Príncipes que debían irse a otro compromiso no se fueron y se quedaron para el coctel. Se formó un grupito compuesto por las personas que al entrar no me respondieron el saludo. Y yo vi que era el momento de “mi venganza” que debía ser muy fina y educada. Yo recordaba la canción de José Alfredo Jiménez. Me gustan mucho las rancheras. Así dice: ”Qué bonita es la venganza cuando Dios nos la concede. Yo sabía que en la revancha te tenía que hacer perder”.
Así que cuando el chambelán de la casa real nos sirvió las copas y Juan Carlos levantó la suya para brindar y dijo: don Andrés, esta es la conferencia más hermosa que he oído en mi vida” y dirigió su copa hacia la mía, dije: “Alteza, cuando usted entró al Ateneo lo saludé y no me contestó el saludo”. Lo mismo hice con los demás. Hubo un momento de incomodidad y de desasosiego, pero finalmente brindamos. Luego todos comentaron las anécdotas de mi charla.