Hablábamos de Jorge Ignacio Hernández Camacho, apodado “el Mono Hernández”, nacido en Bogotá en 1935 y fallecido en el Canal del Dique en el 2001. Las anécdotas que se cuentan de él además de verdaderas son impresionantes.
Teniendo apenas 15 años y estudiando bachillerato visitaba una vez el herbario de la Universidad Nacional. Oyó a dos de nuestros grandes biólogos que discutían sobre un asunto y él se acercó y con la admirable humildad que lo acompañó toda la vida les dijo: “¿Me permiten decirles algo? Lo que ustedes dicen no es así. La verdad es esta”. Y acto seguido les corrigió su idea equivocada respecto a una planta. En otra ocasión un estudiante acudió a él para resolver un asunto de biología y el sabio, que no podía ayudarle en ese momento le dijo:” Vaya a la biblioteca de la Nacional y en tal estante encontrará un libro y en la página tal le resuelven el problema”.
En una ocasión de una de mis excursiones al Cerro Pintado de la Serranía de Perijá, en la frontera con Venezuela, le traje un caracol amarillo, que ya no tenía la madre dentro. “El Mono” me dijo: “Yo no sé de caracoles pero en la universidad de Zulia, en Maracaibo, hay un estudiante que se llama así y que estudia en el segundo semestre, él le puede dar información sobre el caracol amarillo”.
Para hacer algunas fotos del primer libro de PNNN que publicó el Inderena bajo la dirección de Margarita Marino de Botero, fuimos al Páramo de Chingaza. Allí el sabio Hernández cogió una planta y habló sobre ella durante más de dos horas, trayéndola desde el neolítico hasta nuestros días. Tengo la alegría de saber que la foto que “el Mono” prefería es una que le hice acariciando un frailejón en el páramo de Chingaza.
Son muchas las anécdotas que muestran la profunda sabiduría del “Mono”. Era considerado autoridad mundial en ranas y sapos, o sea en anfibios. Recuerdo muy bien que en una ocasión trajeron a un científico de México experto en vampiros porque había una proliferación de ellos en la Costa y desangraban al ganado. El científico dijo por televisión: “No sé por qué me invitaron a mí si ustedes tienen aquí al sabio Hernández”.
El saber del “Mono Hernández” era excepcional, enciclopédico y universal. Se dice que no fue a la universidad porque los profesores no lo aceptaban, pues sabía más que ellos. Tuve el honor de conocerlo muy de cerca y de admirarlo y todos sabemos que su humildad no le permitía hacer quedar mal a nadie.
Casi al final de sus días se reunieron todas las academias de Colombia en la sede de la Academia de la Lengua y le concedieron el doctorado universal “honoris causa”. Yo podría hablar horas y horas sobre el sabio, en varias ocasiones le traje ranitas de mis excursiones a la selva amazónica. Era de ver con qué emoción las cogía en sus manos temblorosas y las acariciaba y hablaba de ellas con total erudición.