Este recorrido entre el Cabo de la Vela y el Pilón de Azúcar me encanta. Una de las razones es el silencio, roto solamente por las olas que se rompen en las rocas y por el viento. Empezamos en el llamado Ojo de Agua y nos vamos por la orilla del mar. En algún sitio llega la ola y sale disparada en forma de chorro por un hueco que hay en las rocas. Las olas, las pequeñas calas, las limpias arenas, las rocas que son grises, negras y amarillas, algunos pelícanos y gaviotas, el silencio, el cielo azul, algunas nubecillas juguetonas, todo se conjura para asombrarnos.
Así llegamos a la zona del Pilón de Azúcar, donde volvemos a “la normalidad”: muchos vehículos y buses en la parte alta, ruido, riadas de turistas, vendedoras de artesanías y gaseosas, y abajo en una hermosa playa centenares de bañistas. Pasamos entre los vehículos y el gentío y subimos al Pilón de Azúcar en cuya cumbre hay una estatua de la Virgen. Desde allí se goza de un amplio paisaje de arenas y rocas amarillas y se alcanza a ver la instalación de Puerto Bolívar, terminal del ferrocarril del carbón. La vía férrea, recorre toda la entraña de la Guajira, desde Cerrejón hasta el embarcadero del carbón para el exterior. El trazado de la vía es una recta infinita que se pierde en el horizonte. Cuando pasa el tren, detenerse a mirarlo es un espectáculo. Son cien vagones cargados con el negro mineral.
El 31 de diciembre lo vivimos en Bahía Honda, solitaria y bella playa donde hay un pequeño hotelito con restaurante. Fuimos allí porque ya conocíamos el silencioso lugar. Por la tarde recorrimos la larga playa haciendo fotos a las olas y recogiendo conchas marinas. En el trayecto hay tres enramadas de pescadores. En ellas guardan las redes y la canoa. No había nadie. En efecto, los pescadores salen al amanecer y a veces por la noche y regresan muy temprano trayendo el preciado producto de mar. Van a sus rancherías a dormir y de nuevo por la noche vuelven a sus faenas de pesca.
Por la noche fueron llegando los familiares y los amigos, y el hotelito se fue llenando de alegría a la espera del cambio de año. Las mujeres prepararon comida, para todos. Nos ofrecieron ensalada y carne de chivo. Nosotros les ofrecimos jamón y turrón español, además de una botella de vino. Ellos nos ofrecieron trago, pero no tomamos. No nos conocíamos, pero hubo camaradería, alegría y amistad esa noche. Para mí son inolvidables estas fechas vividas en selvas, páramos, montañas, lejos del ruido de las ciudades con personas que viven otras costumbres, otros sueños, otras realidades diferentes a las nuestras, pero que comparten con nosotros la alegría de existir y de darnos un afectuoso abrazo sobre la tierra que nos acoge a todos. Fue un cabo de año más, inolvidable para nosotros. ¿Qué nos deparará el nuevo año?