Sí, que una prestigiosa revista española publique un número monográfico en enero de este año sobre las selvas del mundo y en el capítulo sobre la literatura y la selva ni siquiera mencione una sola vez La Vorágine, es imperdonable. (“Cosas veredes, Sancho”). En este caso no se puede hablar, evidentemente, de mala fe, pero sí de ignorancia o de imperdonable despiste. Estoy hablando de la revista de la Sociedad Geográfica Española, siempre interesante y novedosa. El prólogo es de Eduardo Martínez de Pisón insigne geógrafo, glaciólogo y montañista español, autoridad en la materia. Su prólogo magistral se titula “La llamada de la selva”. Pero no es Eduardo el responsable del olvido o del despiste de marras.
Leí hace poco la revista en Bilbao, en casa de Juanjo Sansebastián, ícono del alpinismo vasco y común amigo. Cada capítulo de la revista es de un autor diferente. La selva que más abordan los escritores es la del Congo y obviamente se recuerdan las sangrientas andanzas del rey Leopoldo II de Bélgica, a quien le entregaron el Congo como su finca particular. Para explotarla hasta el agotamiento en pos del marfil, el caucho y los diamantes no tuvo reparo en torturar y asesinar entre 10 y 15 millones de congoleses. Este número esperpéntico no es un invento, es la trágica y numérica constatación de la bárbara realidad. Desde 1885 hasta 1908 Leopoldo fue el amo y dueño absoluto de personas, riquezas y selvas del país.
Acertadamente la revista cita, así sea de paso, a Joseph Konrad, polaco que escribió en inglés la afamada novela “El corazón de las tinieblas” en la que denuncia las atrocidades de Leopoldo. En este noble empeño conoció a Sir Roger Casement, cónsul inglés que cumplía el mismo cometido. Konrad murió en 1924, el mismo año de la publicación de La Vorágine. Casement aparece en La Vorágine denunciando los atropellos de Julio Arana. 
La Vorágine es la principal novela sobre la selva amazónica y denuncia los crímenes cometidos por el peruano Julio Arana con su empresa, La Casa Arana, que se sostenía con capital inglés. Por la fiebre y explotación del caucho amazónico se torturaron, asesinaron y desplazaron 200.000 indígenas. Cito solo dos de las atrocidades cometidas por Julio y sus capataces: rociar a los indios con gasolina y prenderles fuego, reventar los sesos de los niños.
En el Ateneo de Madrid tuve el honor de celebrar con una conferencia en 1974 los 50 años de la aparición de La Vorágine. Asistió todo el cuerpo diplomático y buena parte de la intelectualidad madrileña. ABC me dedicó una página entera con el título “Perennidad de una obra”. Y en este 2024, año del centenario, en el que Colombia está “en modo Vorágine” con foros, conciertos, conferencias sobre la novela, he tenido el honor de dar una conferencia en la Biblioteca Nacional, organizada por el Ministerio de la Cultura sobre el tema. La Vorágine y Cien Años de Soledad son nuestras dos grandes novelas.