Estuve dos meses sin Instagram. Cerré esta red social pues empecé a sentir que el volumen de información que estaba consumiendo era tal que no tenía cómo digerirlo y que no estaba encontrando valor en las publicaciones. Los primeros días fueron los más satisfactorios. Esta desconexión y desintoxicación digital tuvieron sus impactos positivos de forma inmediata al no sentir la necesidad de acudir al celular a cada rato y al disfrutar de no hacer nada.
Sin embargo, a los pocos días empecé a darme cuenta de algo: estaba viviendo en un mundo paralelo a la realidad. Creé una burbuja, o quedé fuera de ella, pero, en todo caso, me aislé. Los primeros sentimientos estuvieron entre agradecimiento por vivir tranquilamente sin saber nada, y preocupación por esa tranquilidad que me apartaba del pensamiento crítico como periodista, profesora y ciudadana. En ese momento entendí que debía acudir a otras instancias de información.
Tantos años con una plataforma que me "tiraba" la información sin yo pedirla, habían minado mi forma de "cazar" los temas de mi interés. Intenté volver a la consulta de páginas web de los medios y, mientras pensaba en cómo navegar por la página en cuanto a qué información consultar primero, entendí cuánto me costaba desarrollar un nuevo ritual informativo.
Durante esta crisis por la cantidad y calidad de la información, pensé en Marshal McLuhan y su célebre frase de “el medio es el mensaje”. Noticias a la mano, pero también desinformación. Titulares por "clics" que alimentan el amarillismo. Personas que llegan solo a hacer comentarios e inclinan aún más una balanza de posturas extremas. Creadores de contenido sin criterio que ponen en riesgo la credibilidad. Todo esto en nuestra mano.
Esto me hizo pensar en cómo se informan las generaciones actuales. "No veo noticias" es algo que continuamente escucho en el salón de clases, pero, una vez el tema aparece, más de un estudiante empieza a hablar de él: cómo se enteró, qué piensa, con qué está de acuerdo y con qué no.
Instagram, entre otras redes sociales, son las fuentes de consulta de estos jóvenes, lo cual me llevó a pensar ¿tanto han transformado estas plataformas los lenguajes que pensamos que sus contenidos no son noticia?, ¿nos estamos informando?, ¿entendemos la profundidad de lo que estamos viendo y escuchando? Pero, una vez escucho sus posturas es evidente que estos jóvenes no le creen a cualquier creador de contenido, saben diferenciar un discurso genuino de uno con propaganda y sus posturas son firmes y con pensamiento crítico para condenar un contenido que no conecta y es vacío.
Durante esos dos meses aprendí a perdonar a ese medio digital y aprendí a escuchar mejor el mensaje que es capaz de enviar. Tras hacer un análisis de por qué volvería a este espacio digital le di la razón a McLuhan: el medio es el mensaje.
El medio está allí con una cantidad infinita de información, pero yo decido qué consulto, a quién sigo, qué comparto. Es un escenario en el que la información se junta con otra forma de contar las historias y con nuevos formatos para abordar la reflexión y la profundidad de los sucesos actuales desde nuevas dimensiones. Y volví a Instagram.