La literatura académica es abundante en demostrar que existe una fuerte relación entre los niveles de educación de las personas y sus trayectorias laborales en el mercado, señalando los puentes de comunicación que existen cuando acumulan capital humano (conocimientos, competencias, destrezas y habilidades) y ese capital rinde sus frutos en términos de valoración económica monetaria en el mercado (salarios) y productividad para el tejido productivo (necesidad y valor agregado en las empresas), permitiendo que en el ciclo de vida existan mayores probabilidades de ingresos y condiciones contractuales que determinan gran parte de los estándares de la calidad de vida.
Ahora bien, la realidad es más compleja que esa relación, ya que existen brechas entre la educación y el mercado de trabajo que pueden funcionar como reproductoras de desigualdad social. Por ejemplo, la movilidad educativa es un factor fundamental, porque las personas en Colombia con un posgrado tienen tasas de formalidad laboral mayores que los de pregrado, donde los ingresos laborales en promedio son superiores a 8 salarios mínimos mensuales legales vigentes (SMMLV) en nivel de doctorado, más de 4 en maestría y 3 en especialización, en comparación a 2 en pregrado universitario y entre 1 y 1,5 para la formación técnica o tecnológica. Pero, cuando se evidencia la participación de personas graduadas según nivel de formación y sexo se muestra que si bien las mujeres están logrando mayor cifra en todos los niveles, en doctorado aún son mayoritarios los graduados hombres.
Y, algo más estructural sucede según los campos de educación. Mientras en Administración de Empresas y Derecho, Educación, Salud y Bienestar y Ciencias Sociales, Periodismo e Información más del 65% de los graduados son mujeres, en Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), Ingeniería, Industria y Construcción y Servicios la participación de las mujeres desciende al 35%, revelando preferencias de estudio que tienen impacto en el resultado final en el mercado de trabajo en términos de salarios ofrecidos y oportunidades laborales.
Lo mismo sucede con los niveles de formación. En promedio los ingresos laborales de los técnicos profesionales y tecnologías es inferior a 1,5 SMMLV, pero algunos títulos en el país superan el promedio, como los relacionados con la información y las comunicaciones y las ingenieras e industria. En nivel universitario se experimenta comparable fenómeno con los graduados del campo de la salud y las ingenierías, y en posgrado los relacionados con análisis de datos, temas digitales e innovación tecnológica.
Estos hechos estadísticos no pueden llevarnos a concluir que existen mejores o peores niveles de educación, profesiones, campos de conocimiento, o referirnos a individuos según sexo o alguna otra variable de caracterización social o cultural. Sin embargo, sí debemos reconocer que existen brechas entre el proceso educativo y su inserción en el mercado que podríamos corregir o mitigar en el camino, que obligan a todos los agentes de desarrollo a generar discusiones sobre competencias laborales, actualizaciones curriculares de planes de estudio, programas de atención social y familiar focalizado en población vulnerable, reducción de desigualdades en educación básica, ejercicios vocacionales en educación media, renovaciones y nuevas propuesta de oferta académica y mayores sinergias de conversación entre todos los sectores con el apoyo de las instituciones educativas.
Los entornos cambiantes de la economía global y sus revoluciones tecnológicas nos llama al liderazgo de un sector educativo más flexible y coherente con la coyuntura, así como, más empático con los cambios, lo que implica mayor velocidad de adaptación sin renunciar a la calidad del proceso.