Hace unos días tuve la invitación para hacer una presentación sobre Tendencias y dinámicas demográficas y su impacto en la educación en el Primer Encuentro E-vidence liderado por la Fundación Lúker, donde el objetivo principal era sensibilizar a profesores de educación básica y media, directores de colegios y comunidad académica sobre la importancia de los datos, la información y la evidencia científica para la toma de decisiones inteligentes y con propósito de cambio en el sector.
Entre los datos expuestos, la evidencia que más me sorprendió fue saber que el 65% de los estudiantes de primaria en Colombia tienen bajo desempeño en matemáticas, y el 43% de los estudiantes que se gradúan en Manizales de educación media tienen dificultades para comprender lo que leen, donde los rezagos en el aprendizaje en primera infancia son los más preocupantes para reproducirse en mayores brechas a lo largo de sus vidas.
Pero, no es solo cuestión de saber leer, sumar o restar, existe evidencia que al combinar estas competencias cognitivas con habilidades socioemocionales (autorregulación, autoeficacia y autoestima) hay una mayor probabilidad de ingresos en el inicio de la etapa productiva sobre los 25 años de edad. Y, según la literatura, por cada año de escolarización adicional, los ingresos por hora de un trabajador en el mundo aumentan un 9%.
El mensaje más profundo es que una ciudad que ha soñado con ser referencia en educación en el contexto nacional e internacional necesariamente debe valorar a las instituciones que trabajan por la calidad de los procesos de enseñanza, por los colegios y universidades y los profesores en todos los niveles. Estos últimos son la llave maestra para desbloquear el camino de la transformación del capital humano, y para esto necesitamos enfocarnos en lo que la evidencia muestra que sirve para el mejor desempeño de niños y jóvenes en el sistema.
Nuestra meta debe ser apostar por la movilidad social intergeneracional, la cual también depende de las historias de vida de los niños y jóvenes y sus entornos socio-familiares, lo que explica la desigualdad de oportunidades con el paso del tiempo. De hecho, un reciente estudio del Banco Mundial revela que el 30% de los ingresos laborales en Colombia están determinados por características del nacimiento de las personas, especialmente, el lugar, el origen socioeconómico de los padres, el sexo y la etnia. Precisamente este es el objeto de intervención de todos los actores del sector educación. Tenemos el enorme desafío de luchar contra esas realidades heredadas de miles de niños y jóvenes, y revisar nuestros modelos de formación, pedagogía y aprendizaje apoyados en la evidencia, para ofrecer un mejor futuro y movilidad a las próximas generaciones.
En este sentido, los programas públicos-privados de intervención social en población vulnerable con metodología experimental, por medio de pilotos y evaluación de impacto, son el camino correcto para seguir construyendo esa evidencia que nos permita despejar los caminos y encontrar respuestas con solución a las grandes preguntas del desarrollo humano. Para esto, es necesario que los actores del sistema sintamos incomodidad con el statu quo y que la evidencia nos lleve a reconfigurarnos en nuestros paradigmas de pensamiento y acciones diarias, por más difícil o imposible que parezca. Seguramente en esta reflexión nos daremos cuenta que no es un asunto de más recursos económicos, tecnología o tiempos disponibles, sino de voluntades de cambio, lectura y debate de estudios y diagnósticos modernos e innovar socialmente en métodos de aula de clase y en la relación entre padres de familia, líderes de comunidades, instituciones de educación y sector público.