¡Qué falta de respeto!
Señor director:

Existe un concepto social que llamamos convivencia, que no es más que aplicar las buenas maneras en nuestro desempeño de estar con los demás. Como dice el dicho popular: “Respete para que lo respeten”. Tenemos muy presente y reclamamos con vehemencia nuestros derechos, pero olvidamos las obligaciones y deberes. Un ejemplo muy común son las fiestas o reuniones familiares o de amigos que a veces se desbordan y se convierten en algazaras y barullos sin consideración por los vecinos, que de alguna manera también son nuestros prójimos y en sentido comunitario y hasta sociológico como familia.
No está bien es hacer participar a vecinos, quieran o no, de nuestro jolgorio de toda una noche y tengan que pasar en vela por obra y gracia de personas irrespetuosas, desconsideradas, insolidarias, con una pobre educación social que interrumpen el sueño y la tranquilidad de quienes poco o nada tienen que ver con las celebraciones de quienes tienen sus motivos para hacerlo.
Es bastante molesto, tener que escuchar música toda una noche, y a veces siguen derecho; cantantes que poco o nada nos agradan a alto volumen, con las puertas abiertas para que sientan que tienen un buen equipo de sonido; con el licor sube la euforia y es entonces cuando empieza la gritería, los cantos en coro, vocabulario no muy acendrado y … todo aquello que este combustible de la fiesta va estimulando hasta terminar en una beodez colectiva.
Hay lugares donde vivimos jubilados, niños y personas que necesitamos dormir y entendemos que la noche es para dormir y descansar. Muy fácil, que llamen a la Policía. Sí, se puede hacer y ¿será que vienen? Y, ¿no será que los vecinos intuyen y coligen quién lo hizo para tomar represalias? Las reuniones con moderación y respeto con tiempo limitado y de puertas para adentro, no perturban y se disfruta de una sana convivencia.
Eleceario de J. Arias Aristizábal

Agentes de tránsito pitando
Señor director:

Tengo setenta y cinco años, con un claro recuerdo de los años sesenta cuando, a mis catorce, formé parte de un grupo juvenil de scouts al que encargaron de colaborar con el control del tránsito en el centro de Manizales. Lo hacíamos desde unas tarimas superiores, que nos daban una sensación de mando increíble, y desde allí, por nuestra fiebre de juventud, parábamos y reiniciábamos el tráfico a punta de pito.
De esa misma fiebre parecen estar sufriendo los nuevos agentes de tránsito de Manizales, quienes creen que, si no es pitando intensamente, el tráfico no logra agilidad. Sugiero que los jefes de tránsito impartan instrucciones para que los agentes no provoquen tal contaminación auditiva y se limiten a pitar, solamente, en los casos absolutamente necesarios, tal como lo establece el mismo Código Nacional de Tránsito con respecto al uso de los pitos de los carros.
De no ser posible la solución por esta vía, pedirle a la autoridad ambiental, Corpocaldas, que intervenga aplicando las sanciones establecidas en las normas legales, específicamente las contenidas en el Decreto 1076 de 2015, por contaminación ambiental por ruido.
Alberto Botero Ceballos

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