Habitantes de Jit, en el norte de Cisjordania ocupada, esperan para ser atendidos en la clínica móvil de la ONG PHRI.

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Habitantes de Jit, en el norte de Cisjordania ocupada, esperan para ser atendidos en la clínica móvil de la ONG PHRI.

Autor

Yemeli Ortega
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Mientras todos los ojos siguen puestos en la guerra en Gaza, Israel ejerce aún más su opresión militar y colonial en Cisjordania. Ahí, los palestinos van perdiendo lo poco que les queda: su tierra, su libertad de movimiento, su derecho a la salud y educación e incluso, su deseo de vivir.

El territorio cisjordano, ocupado por Israel desde 1967 y rodeado por un colosal muro de hormigón, conforma un complicado mosaico: entre colinas de olivos, viñedos o desierto se erigen las grandes ciudades palestinas: Ramala, Hebrón, Nablus. Alrededor orbitan polvorientos pueblos y campamentos de refugiados, siendo los del norte -Yenín, Tubas y Tulkarem- semilleros de las milicias.

A esto se añaden asentamientos donde viven más de medio millón de israelíes -ilegales bajo el derecho internacional- diseminados entre caminos y carreteras minados con cientos de puestos militares de control de Israel.

Las condiciones de vida de los palestinos en este territorio, constantemente bajo el asedio israelí, han empeorado aún más desde que estalló la guerra en Gaza el 7 de octubre del año pasado, con niveles récord de violencia y expansión colona.

Los ministros extremistas antiárabes del Gobierno israelí aumentaron -en número y extensión- los asentamientos, con colonos que perpetran cada vez más ataques contra aldeas palestinas. También suspendieron el pago de recursos fiscales a la Autoridad Nacional Palestina, sumiéndola en una profunda crisis económica que no le permite costear servicios básicos como salud o educación.

Además, el Ejército israelí bloquea cada vez más las vías de circulación de los palestinos, impidiéndoles llegar a sus empleos, escuelas u hospitales, y ha intensificado las incursiones militares: sólo en las últimas dos semanas, unos 50 palestinos han muerto por fuego israelí en el norte de Cisjordania.

"La colonización es un cáncer que cada día crece más", resume el médico internista Nadím Taníb, de 26 años y originario de Tulkarem. Israel busca hacer "lo mismo que en la Franja de Gaza, donde hay un genocidio y están cometiendo crímenes de guerra".

 

De escuela a clínica

Mostrando señales de colapso, Cisjordania ocupada se ha hecho más dependiente de la ayuda humanitaria.

La ONG Médicos por los Derechos Humanos de Israel (PHRI) aumentó "significativamente" sus operaciones en Cisjordania desde octubre, llevando una clínica móvil a numerosas comunidades, desde Hebrón (sur) hasta Yenín (norte).

En cada visita atiende entre 400 a 600 pacientes y proporciona medicamentos con un valor de decenas de miles de séqueles.

"Casi todos los pueblos que visitamos han sufrido el terrorismo de los colonos. Los centros médicos, si existen, suelen ser pequeños y ofrecen una atención muy limitada, con un médico general disponible dos horas por semana", denuncia Salah Haj Yihya, director de la clínica móvil de PHRI.

La escuela secundaria para mujeres de Jit, un pequeño pueblo palestino cerca de Nablus, se convierte en clínica dos veces por semana gracias a PHRI: en los pasillos las enfermeras revisan signos vitales, en la sala de cómputo se analizan muestras, y las aulas se convierten en consultorios médicos donde los pupitres hacen de camillas de auscultación.

Todavía traumatizados por un ataque de cien colonos armados el 15 de agosto, que dejó un muerto, dos heridos y varias casas quemadas, los habitantes de Jit hacen largas filas bajo el sol para ser atendidos. Muchos hombres padecen diabetes o hipertensión, mientras las mujeres se angustian por las infecciones de sus bebés en brazos.

"Estamos aquí para darle ayuda a la gente, motivación para seguir viviendo", dice el doctor Teníb -quien desde hace medio año colabora con PHRI- mientras atiende en la escuela de Jit.

El médico afirma que vivir encerrados, sin recursos, en una economía derruida y bajo el acoso de colonos o soldados israelíes deja a los palestinos "con depresión y ansiedad crónicas".

"Aquí no hay nada. Es un pueblo abandonado, sin esperanza", lamenta Alah Abu Baker, una habitante del pueblo, mientras hace fila.

 


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