Foto | EFE | LA PATRIA
El diestro Morante de la Puebla tras el festejo taurino de la Feria de Otoño celebrado este domingo (12 de octubre) en la Plaza de Las Ventas, en Madrid.
Se ha ido Morante. Sin anunciarlo antes, con el mismo repentismo que pegaba un kikiriki cuando quizá aguardábamos algún otro cuadro de esa inmensa galería que colgaba, un día sí y el otro también, en las tardes buenas y en las tardes malas.
Sí, se ha ido Morante en pleno 12 de octubre de 2025, con el Inri de no merecer la puerta grande en el cierre del otoño madrileño, mientras, a la vez, la abría para ver pasar a hombros con él una época del toreo, quien sabe si la más importante entre las más importantes.
Se ha ido Morante. Y deja tras él varias certidumbres. Una, que no habrá sino un solo Morante de la Puebla, porque nadie es más irrepetible que él. Otra, que nos hará falta a los morantistas para hablar de él y, de acuerdo, exagerar sobre su dimensión y su huella. Como no menos les hará falta a los antis, porque ya no tendrán sobre quién despotricar. ¿A qué dedicarán su tiempo ahora, el libre y el ocupado?
Se ha ido Morante. Y de tantas certezas que saltan aquí y allá luego de que se cortara la coleta con el mismo atrevimiento que mataba a los toros mansos sin darles la oportunidad de aburrir, hay eso, una certeza mayor, en realidad, dos:
La primera: ¿quién llenará el inmenso hueco que deja su adiós en un medio que se había acostumbrado a vivir de él, porque la pregunta decisiva y consuetudinaria en cualquier parte era: pero, ¿va a estar Morante o no va a estar Morante?
Y la otra: ¿es esto, como dirían los niños exploradores, no más que un hasta luego, no es más que un breve adiós? Morante ya dijo una y otra vez que sedd iba, o lo más parecido a eso, y volvió, envuelto entre diretes y misterios, que luego convirtió en obras y en luces.
Sobre lo primero, quién está ahora mismo para sucederle en el trono, saltaran candidatos. Ya sea por cuenta propia o como resultado del marketing, que tantos milagros hace hoy a punta de artificios y, a veces, de mentiras vestidas de bondades.
El auténtico juez de ese pleito será el de siempre, el señor toro. El mismo que dicta sentencia desde tiempos inmemoriales para cambiar el rumbo de los tiempos en la tauromaquia. Ya sea haciendo de aliado para encumbrar a los más grandes de la historia. O cerrándoles el paso, de la peor manera, con la tragedia como marco.
Y, cómo no, juzgarán también los públicos. No se levantan tantas pasiones y se arman semejantes feligresías en torno a un torero sin que este sea tan diferente a los demás, sin que lo suyo cale tan hondo en el alma popular. Como pasó ya con Joselito El Gallo, con Manolete, con Manuel Benítez, con César Rincón, con José Tomás, y con pocos más, entre ellos, Morante de la Puebla.
Se ha ido Morante y, lo mejor, es que no vuelva. Sería malo que lo hiciese, para él y para quienes nos hicimos a la idea de su incomparable grandeza. Ese gesto de cortarse la coleta, en la inmensa soledad de los medios de la plaza más importante del mundo, debe ser un muletazo suyo único y natural.
Un punto final sobre aquello de lo que ahora, más que nunca, no es necesario hablar. Y es que su partida voluntaria deja muy dentro de cada uno de nosotros tantas cosas que vale guardarlas como el más profundo y hondo de los recuerdos, sin que haya apuro por compartirlos.
En el fondo, nada más que la intimidad entre el artista y quienes se apegan a él, por identidad o por complicidad. Algo sustancial e innecesaria de explicar.
Se ha ido Morante tal cual lo hizo Serrat, el día indicado. Cuando les vino en gana y más hacían falta. El uno, en plena fiesta. El otro, en la suya. Igual, todo ha vuelto a empezar o ha seguido su curso, depende de quién lo vea. Esa es la vida.
Hasta siempre, Maestro José Antonio. Gracias y larga vida.
Que venga el toro...
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