Antes de emprender cualquier trabajo, Grajales se pregunta por el propósito. ¿Cuál es el propósito para hacer el viaje o tomar la foto?

Foto | Rodrigo Grajales | LA PATRIA | PEREIRA | Antes de emprender cualquier trabajo, Grajales se pregunta por el propósito. ¿Cuál es el propósito para hacer el viaje o tomar la foto?

Autor

A Rodrigo Grajales los años no le pasan como a los demás. Deja caer las palabras con una sonrisa formada desde los ojos, con la seguridad de quien siente la edad como la sumatoria de esfuerzos y no como una bolsa de derrotas que encorva la espalda.

Eso lo supo desde que cambió las fotografías de eventos, del mundo ficcional, por dedicarse al periodismo y retratar un país en conflicto. Así se quitó los pesos y empezó a compartir sus alegrías

Habla con pausa. Le gusta volver sobre sus recuerdos: Marmato, Apía, Silvia, La Guajira. Ha recorrido el país tomando fotos, contando historias sobre la guerra, la resistencia, la minería. Pero más allá de los premios y los títulos, le gusta que le digan “profe”. 

La chispa adecuada

En su juventud quiso ser odontólogo o economista, pero las afugias económicas despertaron su curiosidad. Leyendo una enciclopedia encontró una frase inspiradora de un fotógrafo inglés. 

“Él [el fotógrafo inglés] había elegido ser fotógrafo porque quería en la vida algo donde no sintiera nunca que estaba trabajando, sino que estaba disfrutando lo que hacía”. Y ese ha sido Rodrigo. Una chispa que contagia a quienes se cruzan por su camino, la inspiración para que los demás encuentren su propósito.

Al principio no fue fácil hacerse camino en la fotografía. La Pereira de los años 80 poco sabía de ese mundo. Pero como casi siempre en su vida, encontró una forma de solucionar la precariedad empezando proyectos. 

Sembró en él la semilla de la enseñanza. Cultivarla fue cuestión de tiempo. “Yo decido ser profesor porque empiezo a buscar quién enseña fotografía y habían muy buenos fotógrafos en Pereira pero nadie enseñaba”. 

En su ingreso en la UTP los profesores lo veían tan aventajado en el arte de capturar imágenes que lo ponían a dar las clases. "Mis profesores me ponían a enseñar porque yo ya sabía más que ellos", recuerda. 

De la fotografía artística a la documental 

Durante los años 90, Rodrigo incursionó en la fotografía experimental y más tarde en la comercial. Fundó una academia y una agencia de modelos, logrando éxito económico. Sin embargo, sentía que algo faltaba. Vivir en el último piso de un rascacielos no era para él. 

Y en la cima del éxito decidió derribar el edificio para vivir en una casa más modesta que pudiera compartir con sus comunidades.

Quien lo impulsó para empezar su nuevo camino fue la artista y curadora Clemencia Echeverry, artista y curadora, quien lo motivó para cerrar ese ciclo y dedicar su talento al documentalismo y al periodismo.

“En 2003 hago una obra que se llamó Raspe y gane: campos de batalla, sobre la transformación de renovación urbana que hubo en el sector La Galería, hoy conocido como Ciudad Victoria”.

Ese fue uno de sus primeros trabajos como documentalista. Con su sensibilidad fue adentrándose en las profundidades de un mundo que intentaba imponerse a la fuerza sobre otro que intentaba sobrevivir. 

A ese trabajo violento de renovación urbana, continuaron trabajos como el de los corteros de caña, los recolectores de café y los mineros de Marmato: una apuesta de Grajales por capturar momentos críticos antes de que fueran desplazados por la industrialización. 

"Quería documentar una región en transformación, porque veía venir cambios profundos en estas formas tradicionales de producción", explica.

"Lo que se hace con la comunidad, se devuelve a la comunidad"

A partir de su forma de acercarse a las comunidades vulnerables para contar sus historias por medio de fotografías, tuvo una enseñanza que le cambió su modo de trabajar, y que le gusta repetir cada vez que puede. Devolver el trabajo a la comunidad. 

En Marmato le dijeron: “Lo que se hace con la comunidad, se devuelve a la comunidad", esa frase le movió las fibras más profundas. Ya no importaba su ego, los premios y las convocatorias. Lo más importante era devolverle a la comunidad el trabajo, dialogar con ella. No solamente ir, extraer y celebrar en la ciudad. Su fin era entablar una relación de miembro que trabaja por y para sus pares.

Así empieza un nuevo camino. El de tener trabajos de largo aliento con comunidades vulneradas desde la violencia o lo que denominaron las “locomotoras de desarrollo”. Como en Trujillo (Valle del Cauca), Silvia (Cauca) o Marmato (Caldas). 

Con su corazón renovado cuenta que para los fotógrafos que decidan aventurarse en el mundo del documentalismo, es fundamental tener, de manera genuina, dos elementos motivando desde el interior: formación humanística y convicción política. 

“El humanismo radica en sentir, en conectar de verdad con la experiencia del otro, algo esencial para cualquier ámbito relacionado con las humanidades, incluyendo la fotografía. Y cuando hablo de convicción política, me refiero a una postura que se sostiene sobre la justicia social y humana. Significa estar en contra de todo lo que oprime a las personas, pero también implica militar activamente a favor de quienes son víctimas de injusticia, ya sea un individuo, una familia, un grupo humano o una comunidad entera”.

De las luces externas al fuego interno 

Desde los primeros años de la década del 2010, Grajales usa la fotografía como acompañamiento de las comunidades. Dejó de publicar muchas de sus historias y trabajos para dejarlas como legado histórico, como memoria viva de las comunidades. 

“Lo único que hago es aprender de las comunidades, por ejemplo con los Misak, llevo 13 o 14 años documentando sus formas de vida para ellos, ya no para publicarse. Porque ellos saben resolver sus problemas, saben tener una posición política. En ese caso lo que yo trato de hacer es como una memoria cultural, pero para ellos”.

En su recorrido, ha tejido lazos profundos con comunidades como la de Trujillo, Valle del Cauca, donde encontró ecos de su propia historia marcada por el conflicto. 

"En mi niñez viví en un pueblo (Apía, Risaralda) mayoritariamente conservador siendo parte de una familia liberal. Esto nos convirtió en blanco de amenazas y tragedias, como el asesinato de mi hermano. Al conocer las historias de Trujillo, sentí que debía acompañar sus luchas desde un vínculo empático." 

Allí, ha participado en reuniones comunitarias y trabajado en proyectos que reflejan la memoria de las víctimas, aunque siempre respetando los espacios de decisión política que corresponden a la comunidad.

Otro de sus compromisos es con Marmato, Caldas, donde su labor ha estado alineada con la resistencia de la comunidad frente a las multinacionales mineras. 

"La lucha en Marmato es la del pequeño contra el gigante. Sé que será larga, porque los intereses de las multinacionales son a largo plazo, pero allí he encontrado un reconocimiento genuino; me llaman, me consultan y cuentan conmigo, como si fuera parte de la familia".

Riesgos de documentar comunidades en zonas de conflicto

Sin embargo, su labor no ha estado exenta de riesgos. En Trujillo, por ejemplo, durante la realización de un proyecto sobre niños, tuvo que negociar con grupos armados para obtener un permiso de fotografía. 

"Me dieron 10 minutos y me dijeron que sabía lo que me podía pasar. Acepté el riesgo porque quería que esa realidad se visibilizara." En el Chocó, documentó la disputa territorial entre el Eln y grupos paramilitares tras los acuerdos de paz con las FARC en 2017. 

A pesar de los peligros, su enfoque siempre ha sido el de la observación respetuosa, buscando no intervenir en las dinámicas locales más allá de lo permitido por las comunidades.

Recoger los frutos de la semilla

En los últimos años, su propósito ha virado hacia el registro de procesos esperanzadores. Actualmente trabaja en un documental sobre una maestra que lidera un proyecto con niños en una región de población decreciente, donde los monocultivos están desplazando a los habitantes tradicionales. 

También continúa su labor en Marmato, afirmando que su compromiso con la comunidad no tiene fecha de caducidad. Este cambio de enfoque, más pausado, refleja una transición personal hacia un trabajo más reflexivo y conceptual.

Reconocimientos como el premio "Gratiam Master" de la Universidad Católica de Pereira y su participación en exposiciones en Francia, han llegado de manera inesperada, fruto de un trabajo sostenido y comprometido con las comunidades. 

Para Rodrigo, el verdadero valor de su labor reside en el aprendizaje y la construcción de conciencia histórica que aporta a las nuevas generaciones. "Cada generación tiene sus lenguajes y retos; nosotros debemos acercarnos a ellos desde sus realidades y no desde la nostalgia de nuestro pasado".

Su reflexión final subraya la riqueza de las comunidades que ha acompañado: "He aprendido que hay otras formas de habitar el mundo, más valiosas que las que creemos en las ciudades. En esos territorios, el consumo no define la felicidad; lo importante es la supervivencia, la identidad cultural y la construcción de comunidad. Es algo que nosotros, desde nuestras vidas urbanas desarraigadas, hemos olvidado."


Haga clic aquí y encuentre más información de LA PATRIA.

Síganos en Facebook, Instagram, YouTube, X, Spotify, TikTok y nuestro canal de WhatsApp, para que reciba noticias de última hora y más contenidos.

Temas Destacados (etiquetas)